Aquel inconfundible grito resonaba de forma armoniosa en las laderas escarpadas del profundo barranco, rompiendo el silencio reinante.
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Era el sonido que emitía un bello ejemplar de cernícalo, que majestuosamente se lanzaba al vacío desde la más alta roca, para emprender su vuelo, aprovechando las cálidas corrientes de aire que soplaban sigilosamente desde mucho más abajo.
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Su cuerpo esbelto lucía con un hermoso y limpio plumaje, tan característico en su especie. Tenía las alas inmóviles, subiendo y bajando, realizando unos increíbles desplazamientos sin apenas esfuerzo, presumiendo de su veteranía y de la madurez de un ave adulta, conocedora de los vientos, de las brisas y sus secretos.
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No pude evitar pararme por unos instantes y mirarlo atentamente, para observar y admirar todo cuanto hacía.
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Más arriba otros cernícalos volaban a gran altura, realizando círculos y curiosas piruetas, como si estuviesen jugando entre ellos, ajenos a todo lo demás, sin percatarse que había un observador que les miraba con atención.
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Pronto, desaparecieron de mi vista, tal vez siguiendo alguna pauta, invisible para mis sentidos y alejado de mi comprensión, quedando aquel cielo azulado, adornado únicamente con pequeñas y dispersas nubes solitarias.
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No había pasado apenas media hora, cuando desde lejos, volvía a resonar el agudo cántico del cernícalo, que entre las laderas del barranco parecía recobrar un enorme protagonismo resaltando por encima de cualquier sonido que produjese la naturaleza.
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De nuevo, apareció su silueta, majestuosa, esbelta, sobrevolando las rocas que tenía frente a mí, meciéndose a merced de los vientos, mirando todo lo que su vista alcanzaba, quizás en busca de alguna presa para poder alimentarse.
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Algo pareció entonces haber llamado su atención, ya que quedó totalmente estático en el aire, controlando con ágiles movimientos de sus alas esa quietud tan impresionante.
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Su pequeña cabeza, inmóvil, y sus brillantes ojos, clavados en un punto del terreno, justo debajo de sí mismo, me hacía pensar que algún pequeño ser vivo iba a ser cazado en breves instantes.
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Y así fué, sin haber terminado de pensarlo, caía el ave en picado hasta atrapar algo bajo sus garras.
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No le fué fácil, ya que hubo lucha, mucho aleteo y saltos constantes, porque aquel pequeño roedor no pretendía rendirse con facilidad. Pero un certero picotazo de la rapaz, debilitó definitivamente a su presa.
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Con suma facilidad y elegancia, remontó su vuelo, rumbo a las rocas donde tenía su nido, y entre sus garras se podía ver el diminuto cuerpo de aquel ratoncillo, aún pataleando con la esperanza de poder zafarse de su cazador.
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Y se perdieron en la lejanía del cielo.
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Es el ciclo de la vida, la lucha por la supervivencia.
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Ya no volví a oir aquel sonido tan sutil, hermoso, y único, en lo que quedaba de tarde. Creo que a lo mejor, después del banquete, aquel cernícalo se retiró a descansar hasta que el sol comenzase a despertar al siguiente día, asomando sus brillantes rayos tras el horizonte.
Gonzalo Bautista León, 13 de Septiembre, 2009.