miércoles, 21 de octubre de 2009

" LA HOJA ".

El viento soplaba con tanta fuerza, que apenas nada se mantenía en su sitio. Todo se estremecía en medio de mil torbellinos de aire. Todo estaba revuelto entre las turbulencias que pasaban sin parar.

Aquella hoja, ya media mustia, luchaba y luchaba por no caerse, aferrándose con gran fuerza a la debilitada rama que aún la sostenía. Una inesperada ráfaga de aire quebró su última esperanza de sujeción, y perdió la noción de su equilibrio, viéndose libre de sus ataduras, volando sin control entre las zacudidas de las corrientes de aire, que apenas le dejaban un instante de tranquilidad.

Voló alto, muy alto, más arriba de las copas de los árboles que conocía. Subía en una alocada corriente de aire cálido que no cesaba en su incansable empuje, dando vueltas y vueltas, y más vueltas.

Allá arriba, desde lo más alto que pudo llegar, todo se veía diferente. Había mucha tranquilidad y silencio. El viento cesó y por unos instantes se sintió como flotando, suspendida en el espacio y en el tiempo, en soledad, escuchando únicamente su miedo ante estas nuevas sensaciones que estaba experimentando. Pero pronto comenzó a caer, lentamente, columpiándose a capricho de la gravedad en un suave vaivén que le transmitía serenidad y paz.

Disfrutaba en sus últimos instantes de vida con aquel imprevisto viaje a lo desconocido, lleno de increíbles experiencias jamás imaginadas, y de nuevas y placenteras sensaciones.

Un ave que pasaba por allí, ajena a todo, que volaba con su mente inmersa en sus propios pensamientos, la desplazó involuntariamente hacia un lado, al rozarla con su natural y pausado movimiento de alas, haciéndole entrar en una sosegada corriente de aire tibio que subía. Aquel pájaro la aprovechaba para ascender sin esfuerzo.

Luego, sintió de nuevo el frío aire y volvía a retomar su inevitable caída en zigzag, describiendo pequeños círculos de un lado hacia otro, de forma serena. Disfrutaba de aquella improvisada aventura, tan llena de imprevistos. Estaba acostumbrada a la vida sedentaria, y todo esto era asombroso. Al poco rato, el aire cesó, y casi sin darse cuenta, se vio reposando sobre un viejo tronco, reseco por el sol y carcomido por los insectos con el paso de los años.

Quedó inmóvil sobre una fría rama que aún permanecía fuerte a pesar del lamentable estado general de aquel árbol sin vida. Desde allí podía ver cómo infinidad de hojas reposaban en el suelo. Hojas de muchos tipos de árboles. Hojas que estaban teñidas de tonalidades otoñales. Fueron arrastradas hasta allí por la ventisca y ahora, descansaban en paz, formando como una suave alfombra que cubría el suelo del bosque con una notable delicadeza visual.

Con el paso del tiempo, todas aquellas hojas, mezcladas con multitud de elementos vegetales formarán parte del suelo. De ese suelo donde brotarán nuevas plantas que tendrán multitud de hermosas hojas, cuya misión será la de oxigenar el planeta.

En su último aliento de vida, aquella hoja se dejó caer, plácidamente, para formar parte de aquel suelo, junto a todas aquellas hojas que le esperaban.

Sabía que debía acabar así. Era su misión. Y es Ley de vida. Se sentía muy orgullosa de su labor. Se sentía felíz.


Gonzalo Bautista León, 03 de Junio de 2006