Estaba en medio del líquido elemento, flotando plácidamente, y sumido en una desconexión absoluta de la realidad. Tenía la certeza de que éste iba a ser un día tranquilo.
Todo a mi alrededor parecía mantener un inusual equilibrio.
Pero toda esta aparente calma estaba empezando a incomodarme.
Lentamente, una extraña sensación comenzaba a invadir mis sentidos.
Los nervios se apoderaban de mí. Los latidos de mi corazón golpeaban con fuerza contra mi pecho, y mi respiración se volvía dificultosa.
Una enorme fuerza me envolvía por completo, anulando mi libre voluntad de acción, y me arrastraba hacia un lugar indefinido, entre torbellinos que me hacían girar y rodar sin control.
Sentía, que algo tiraba de mí con fuerza, luego me empujaba, y me zarandeaba sin llegar a comprender qué me estaba pasando.
Pronto, mi vista, comenzaba a ver, mis oidos a escuchar, mi tacto a sentir, y mi olfato a percibir esos olores, que pronto me iban a desvelar tanto misterio.
Una enorme pared de agua, se elevaba lentamente, con tanta fuerza, que nada era capaz de frenarla.
Ráfagas de aire se metían por debajo y empujaban hacia arriba, modelando con impresionante maestría una forma que me empezaba a ser muy familiar.
Tenía ante mí, lo que siempre conocí como la formación de una ola, pero esta vez, yo estaba dentro de ella, formando parte de su magia, de esa soberanía que sólo el mar es capaz de dar, ayudada por la fuerza de la gravedad, el poder de atracción de la luna, y cómo no, por la sutileza y la elegancia con que los vientos son capaces de dar forma y modelar con tanta precisión.
Fueron instantes breves, pero verdaderamente intensos, subido a la espumosa cresta, entre miles de millones de diminutas partículas de agua salada, que se asociaban entre sí formando una infranqueable barrera, de inmensas proporciones, y que se disponían a dejarse caer de forma estrepitosa, como parte de un ritual que siempre debían realizar, con el fin de proporcionar al mar esa oxigenación vital para que continuase la regeneración de la vida, en un imparable ciclo vital.
Tras el descomunal estruendo, llegaba la calma, y con ella, recuperaba la placidez con que volvía a desconectarme de la realidad.
Así pasó, aquella ola.
Gonzalo Bautista León, Febrero de 2010.